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El ser humano es capaz de realizar las más grandes hazañas, pero también puede hacerse daño a sí mismo, como lo ha probado la historia en numerosas ocasiones. El tema de las toxicomanías siempre ha resultado ser controversial en términos de la causalidad de las mismas. Mucho se ha debatido acerca de la asociación con determinados genes y la propensión a desarrollar adicciones, del papel de los neurotransmisores y de la influencia de la familia y la sociedad en la aparición de las mismas. Sin embargo, poco se ha discutido el papel que juega el juicio personal, es decir, la capacidad de decidir, primero que nada, experimentar con las sustancias adictivas, ya sea que se encuentre expuesto o no a ellas, y en segundo término, de continuar haciéndolo a pesar de conocer las consecuencias que conlleva. En esta era en la que vivimos, en la que reina la información o la mala información, sería ingenuo pensar que incluso aquellos menos favorecidos cultural, social y económicamente no cuentan con el mínimo de información acerca de las consecuencias negativas de las sustancias de abuso. Todo esto representa una de las situaciones principales por las cuales los tratamientos que se han llamado «tradicionales» en el área de la psiquiatría dedicada a las toxicomanías fracasan frecuentemente. Dichos tratamientos tradicionales fallan en el involucramiento real del paciente de forma activa en su proceso terapéutico, así como en la inclusión de la familia del mismo, y con frecuencia resultan en intervenciones mal estructuradas que conllevan a la reincidencia del problema. Por tanto, ¿podría considerarse a las toxicomanías como un daño autoinfligido? Si somos estrictos en la definición de daño autoinfligido, las toxicomanías caben perfectamente; sin embargo, el problema de las adicciones sobrepasa por mucho a una simple decisión personal. Las circunstancias vitales que llevan a un individuo a depender física y/o psicológicamente de una sustancia de abuso en particular, poco tienen que ver con una decisión de este tipo. Hablar de daño autoinfligido es involucrarse en lo más profundo de los sentimientos, emociones y pensamientos de una persona. Nuevamente, las circunstancias y estresores a los que un sujeto se encuentra desde su nacimiento y que moldean no solo su personalidad sino toda su vida psíquica y de relación, y que impactan de una forma negativa y catastrófica, deben tener una magnitud extrema para que los mecanismos de afrontamiento y adaptación del individuo se vean sobrepasados, a tal grado que la única solución factible en ese momento sea el sufrimiento personal a través de un daño infligido por si mismo, que de una u otra forma aliviará (o se cree que aliviará) el problema por el cual se está atravesando. A todo esto nos enfrentamos los psiquiatras a la hora de manejar este tipo de situaciones, aunado al hecho de que en ocasiones parecieran estar los individuos influenciados por modas exacerbadas por los medios de comunicación masiva, que casi podría decirse promueven el daño hacia uno mismo. En la actualidad encontramos numerosos ejemplos de estas situaciones: el síndrome de cutting, tan prevalente en nuestros días en adolescentes de ambos sexos; los «retos» a través de las redes sociales que alientan a los jóvenes a las conductas de riesgo, como el «reto del pasesito de coca» que consiste en inhalar lo que parece ser cocaína y posteriormente retar o nominar a tusamigos compartiendo el video por internet; o el desafío del insomnio, que consiste en un fenómeno que se ha visto en jóvenes europeos diagnosticados previamente con trastorno bipolar o esquizofrenia de privarse del sueño, para ver hasta cuánto «aguantan» sin presentar síntomas de sus padecimientos. Como sabemos, la privación del sueño en estos sujetos no solo es contraproducente, sino que en realidad puede condicionar la aparición de un episodio maniaco o psicótico, y que además es de todos conocido que la duración del sueño se asocia tanto a la mejoría como a la severidad de la psicopatología en estos pacientes. Concluyendo, en la actualidad los psiquiatras nos enfrentamos no solo al reto que nos representa cada paciente en particular por su misma condición de individualidad, sino también al desafío que nos plantea la tecnología que en ocasiones actúa en nuestra contra. Pareciera que con frecuencia la tarea del psiquiatra no solo es diagnosticar, tratar, seguir y rehabilitar a un paciente, sino que nos enfrascamos en una batalla en la cual hay que prácticamente defender al individuo de sí mismo.

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2016-10-07   |   410 visitas   |   Evalua este artículo 0 valoraciones

Vol. 24 Núm.6. Noviembre-Diciembre 2015 Pags. 145-146 Psiquis 2015; 24(6)