El médico: ¿un servidor o un criminal?

Autor: Méndez Rivera Napoleón

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Son las 4 de la mañana. Andrea (nombre ficticio) se levanta muy agotada porque la noche anterior fue muy corta para dormir (cuatro horas). Sin embargo, el regaderazo y una buena taza de café cargado logran que los sentidos se activen. Come un yogur y pan tostado. No por dieta, sino porque es lo que tiene a la mano. Debe llegar al nosocomio antes de las 6 de la mañana para revisar a los pacientes que tiene en su servicio, algunos ya conocidos y otros por conocer. A las 6:30 debe interrumpir la revisión de pacientes porque debe ir al quirófano: es día de sala de operaciones. En el programa hay siete cirugías a las que debe asistir. Una de ellas tardará tres horas por lo delicado del caso. La atención en sala de operaciones debe ocupar sus cinco sentidos y la obliga a inventarse dos más. El pronóstico de sus pacientes dependerá en parte de las buenas decisiones que ella y el grupo de médicos y de paramédicos tomen. Esto requiere mucho conocimiento del cuerpo, competencias teóricas y prácticas. Son las 17:45 y Andrea terminó el programa quirúrgico. Sin embargo, el día laboral aún no termina. Es también día de turno. La médica se entera de los casos de emergencia rápidamente. Toma una botella de agua y un suculento y nutritivo Tortrix porque debe regresar a sala de operaciones, ahora con el programa de emergencia. El gusto por la cirugía mantiene a la doctora y a sus colegas de turno con entusiasmo. El cansancio a las 9 de la noche se hace evidente. Por suerte, no hay mucho que operar. Pero, 20 minutos después, el radio de bomberos alerta al equipo médico de la próxima llegada de tres pacientes víctimas de un accidente de tránsito. Los siete sentidos de Andrea se vuelven a activar, ya que uno de los casos es de gravedad, por lo que debe entrar a ventilación mecánica y trasladar al paciente a una sala de intensivo, con el inconveniente de que la saturación de los servicios, que todos los días llega al 100% de ocupación de camas, hace imposible que haya un espacio en cuidado intensivo. Y estos cuidados deben improvisarse en la sala de emergencia. Además de utilizar todos sus conocimientos médicos, el personal debe hacer un trabajo administrativo extra para conseguir ventiladores y adaptarlos en una emergencia llena y colapsada. El trabajo se triplica porque dos de los casos tienen indicación de cirugía de urgencia, uno neuroquirúrgico y el otro por traumatismo de abdomen. Ya es otro día. Mientras la mayoría de las personas normales duermen, Andrea y su equipo no han parado. Siguen despiertos, laborando. Hicieron turnos para almorzar pasada la medianoche. Mientras operaban estos 2 casos, llegaron 11 más, algunos con enfermedades y otros producto de la violencia. Pasó el día, la noche y otro día para el grupo de turno, que dedica todo su esfuerzo a hacer la mejor entrega posible del trabajo en emergencia. La entrega de los casos es a las 6:30, y todo lo que hizo el grupo de turno deberá reflejarse en esta. Luego de un desayuno rápido continúa el día. Hoy hay consulta externa, con una larga fila de pacientes que atender, quizá no tan gustosamente porque los párpados juegan una mala pasada y cierran la vista a cada poco. Pasado mediodía se ha concluido el trabajo en consulta externa. Ahora, a recibir las clases del posgrado. Terminaron las clases. Hay un poco de tiempo para comer, revisar a los operados del día anterior y dormir otras cuatro horas. Siendo las 10 de la noche, habrá un espacio para dormir un poco ya en casa. Este ciclo de jornadas de 36 a 40 horas se repite cada cuatro días durante los cinco años que dura la especialización. Algunos lo logran. Para otros es demasiada la carga académica y asistencial. ¿Sabía, distinguido lector, que un médico debe estudiar al menos dos decenios de su vida para poder ostentar el título que lo acredita para ejercer la profesión? En efecto, seis años de educación primaria, tres años básicos, al menos dos de bachillerato y por lo menos siete de carrera para licenciarse en Medicina. Y si quiere especializarse, serán de cuatro a siete años más para conseguirlo. Es decir, de 22 a 25 años de estudio. En los párrafos anteriores intenté un resumen de la vida del médico residente que atiende en los hospitales nacionales y en el seguro social en los programas de entrenamiento de los distintos hospitales escuela. Esta vida, anormal para cualquier ser humano, conlleva para el médico sacrificio, abnegación y dedicación absoluta a su carrera. Claro que nadie nos obliga. Claro que estas largas horas son compensadas con mucho aprendizaje y con un salario que permite vivir con una economía discreta y sin lujos. Y quizá en el futuro haya jornadas laborales menos largas y mejor remuneradas. No es un héroe. Es un trabajador dedicado, un estudiante sacrificado y un ser humano dedicado a servir al prójimo y a cuidar de él. Como todo ser humano, el médico es imperfecto. Algunos no son tan responsables. Algunos no son corteses. Otros no son tan delicados en el trato (sobre todo después de largas jornadas). Sin embargo, ningún médico en sus cabales tendrá jamás la intención de dañar a un ser humano. Estas imperfecciones pueden llevarlo a cometer errores con lamentables consecuencias para la salud de los pacientes. Estas fallas deben analizarse, juzgarse y sancionarse. En Guatemala, los errores en medicina son a veces juzgados bajo el Código Penal, y la figura de homicidio culposo se utiliza para castigar al médico a nivel de un criminal común. Es injusto que exista esta criminalización de la práctica médica. Deben existir leyes que la rijan y regulen, que sancionen a los infractores, pero sin criminalizarlos. El médico dedica su vida a servir. Y a servir bien. Quien juzgue drásticamente los errores médicos seguramente no ha pasado 36 horas sin pegar un ojo ni mucho menos toda su vida estudiando, perfeccionando constantemente sus habilidades y actualizando sus conocimientos, ya que diariamente hay descubrimientos y avances en la ciencia. Invito a la sociedad a que vea al médico como un ser humano que, como tal, puede ser eventualmente irresponsable, egoísta o malhumorado, pero nunca malhechor o criminal; que también se fatiga, se agota, y que también comete errores, sobre todo trabajando en este caótico sistema de salud.

Palabras clave: médico criminal dolo homicidio

2018-04-11   |   452 visitas   |   Evalua este artículo 0 valoraciones

Vol. 7 Núm.3. Septiembre-Diciembre 2017 Pags. 83-84. Rev Trau Amer Lat 2017; 7(3)