Autor: Quijano Narezo Manuel
Estando en primaria, un profesor –aficionado a dispararnos datos insólitos–, nos sorprendió un día con el hecho de que la ballena no es un pez sino un mamífero y que el murciélagono es un pájaro. Más tarde supimos que hubo un tiempo, hace varios siglos, en que los animales se clasificaban por el número de patas y que hubo necesidad de muchas observaciones y reflexiones para colocar cerca, en la escala de la evolución, a la lagartija que tiene cuatro patas, de las víboras que no tienen, cuyo cuerpo es liso y no cubierto de escamas pues ambos son ovíparos. Son estos simples ejemplos de cómo, en la construcción de las ciencias, han tenido que sortearse muchísimas trampas aparentes y que el conocimiento progresa al descartar las analogías superficiales y descubrir parentescos más profundos y oscuros, pero claro más importantes y significativos. De ahí el lugar destacado que se otorga a Linneo, el sueco que, a finales del siglo XVIII, propuso una clasificación de plantas y animales que, aunque con modificaciones, sirve de base todavía hoy, al destacar los caracteres distintivos y eliminar otros que sólo contribuyen a incoherencias o contradicciones.
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2003-04-17 | 908 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 44 Núm.3. Abril-Mayo 2001 Pags. 99-100. Rev Fac Med UNAM 2001; 44(3)