Autor: Quijano Narezo Manuel
Escribo estas líneas en los primeros días de marzo, cuando todo el mundo debate lo que debe hacerse en el medio oriente; en México el presidente se pronuncia por la paz, a la vez que recuerda que Irak debe desarmarse; los exaltados pacifistas repudian cualquier forma de presión que el gobierno norteamericano pueda intentar ejercer y todos, con cierta zozobra, estamos a la espera que el Consejo de Seguridad de la ONU finalmente decida y cómo será nuestro voto. Acuden a mi mente recuerdos de mi primer viaje a EEUU y de las reflexiones sobre su pueblo, su psicología, virtudes y defectos que compartíamos varios latinoamericanos en aquellos días de la posguerra inmediata, en 1946. En cierta forma, decíamos, olvidando de momento su doctrina Monroe, su “destino manifiesto” para extender su dominio hasta Panamá, la guerra contra México de 1847, pretextada con mentiras, el apoderamiento de Cuba, Puerto Rico y las Filipinas y su participación en las dos guerras mundiales, en cierta forma el pueblo americano ha estado aislado desde su fundación hasta mediados del siglo XX, indiferente y ajeno a las otras culturas. Ignorante del resto del globo hasta 1948 en que se autoimpuso la custodia del mundo, era un pueblo ingenuo y feliz, con una mínima y brillante minoría de intelectuales, entre los cuales empezaban a destacar los científicos. Pero desde las filas del gobierno, toda la clase media y el proletariado, ignoraban no sólo la existencia de los demás sino la más elemental geografía.
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2003-05-14 | 1,330 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 46 Núm.3. Mayo-Junio 2003 Pags. 85-86. Rev Fac Med UNAM 2003; 46(3)