Más, sobre ecología

Autor: Peralta Zaragoza Oscar

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Artículo publicado en el Faro Año III, Número 27 junio 5 del 2003, pág. 13-14, autorizado por el autor Después de la Segunda Guerra Mundial, la Fundación Rockefeller y el gobierno de México decidieron financiar a Norman Borlaug en un programa para obtener variedades de trigo y maíz de alto rendimiento capaces de resistir parásitos y enfermedades. Las variedades obtenidas resultaron aptas para una gran diversidad de climas y suelos, algo que hasta entonces se tenía por imposible. Las primeras variedades del programa eran de hecho tan productivas que la gran cantidad de grano hacía que el tallo se doblara y rompiera bajo su peso (Mann, C. Science, 277, 1038-1043, 1997). Los investigadores entonces consiguieron derivar de éstas otras de tallo más corto, al hibridarlas con una variedad enana japonesa. Además, los genes de enanismo suministraban un efecto sinérgico adicional sobre la productividad: incrementaban el rendimiento en grano a expensas del resto de biomasa y resistían más los daños por viento y lluvia. Se obtuvieron, pues, variedades resistentes y de alto rendimiento bajo condiciones adecuadas de irrigación y abonado. Como consecuencia de este programa, al que se le llamó la revolución verde, Borlaug fundó el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT) en México y se le concedió el Premio Nobel de la Paz en 1970. La revolución verde supuso un cambio de paradigma en la agricultura de numerosas zonas del mundo, ya que se basaba en enfoques genéticos (nuevas variedades de ciertas plantas, especialmente cereales) y nuevas prácticas agrícolas. Sin embargo, no fue la panacea esperada: la disponibilidad actual de suelo es muy escasa, prácticamente se está arando toda la tierra adecuada del mundo y el uso de terrenos adicionales no rinde lo suficiente. Además, es probable que se haya tenido que emplear territorios de alto valor ecológico con amplia biodiversidad de la que la humanidad podría sacar más provecho mediante usos alternativos y sostenibles. No obstante, hasta 1981, la superficie cultivada de cereales no hizo sino crecer, a consecuencia de la tala de bosques y de la irrigación de zonas semiáridas. La tierra para cultivo es un problema pero hay otro igualmente importante: en muchos casos la principal limitante es el agua. Las prácticas agrícolas hacen gran uso de agua. En la actualidad, el 40% de la producción mundial de alimentos procede de tierras irrigadas (Mann, C. Science, 283, 310-316, 1999). Los niveles freáticos están disminuyendo en todos lados, ya que el ritmo de consumo está muy por encima del de recarga de los acuíferos. Por otro lado, el abuso de abonos nitrogenados ha contaminado el agua. Entre 1950 y 1998 el uso de fertilizantes a nivel mundial se multiplicó por nueve. Y también ha habido una acentuada tendencia a la pérdida de biodiversidad de plantas de cultivo, un fenómeno conocido como erosión genética. Miles de variedades locales se han visto desplazadas por unas cuantas variedades de alto rendimiento y que a menudo no producen lo esperado en muchas zonas tropicales o subtropicales. Así pues, la revolución verde da síntomas de haber llegado al final de su ciclo. Ya que no se puede (y probablemente ni sea conveniente) extender la superficie cultivada, dada la escasez cada vez mayor de agua y que las variedades de esta revolución están llegando al límite de su productividad. Se necesita una nueva innovación tecnológica que no dañe el ambiente. También la manipulación de la fijación biológica del nitrógeno puede reorientar a la agricultura futura. Este proceso es el principal responsable de la incorporación a la biosfera del nitrógeno a partir del N atmosférico y sólo lo realizan ciertas bacterias en vida libre o en simbiosis con algunas plantas, como la que se da entre bacterias Rhizobium y plantas leguminosas, en donde la bacteria efectúa la reducción del nitrógeno molecular de la atmósfera a amonio y la planta lo incorpora a su metabolismo. El Centro de Investigación sobre Fijación del Nitrógeno (CIFN) de la UNAM, en Cuernavaca, Morelos, ha logrado nuevos biofertilizantes, que se componen de microorganismos que se asocian directa o indirectamente con la planta, la proveen de nutrientes y estimulan su crecimiento, como el basado en la bacteria Azospirillum que promueve el crecimiento radicular y el rendimiento de cultivos como maíz, sorgo y trigo. Parte de los resultados de estas investigaciones finalmente se anunciaron el mes de abril de 2003, con la comercialización de los biofertilizantes para frijol diseñados en esta institución. Este evento quizás es el comienzo de la nueva ola en cuanto a este campo se refiere. Sin embargo, aún no se sabe si se podrá reducir la hambruna en los próximos años; la respuesta sólo se verá en su momento.

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2003-08-28   |   992 visitas   |   Evalua este artículo 0 valoraciones

Vol. 46 Núm.5. Septiembre-Octubre 2003 Pags. 178. Rev Fac Med UNAM 2003; 46(5)