La muerte de Epicleo

Autor: Gómez Leal Alvaro

Fragmento

Algún tiempo después de aquellos acontecimientos memorables, me encontraba a bordo de una galera que se dirigía a Mileto. No vale la pena detallar la razón de mi presencia en ese barco, ya expliqué antes cómo desde la muerte de Sócrates había estado viajando sin cesar; compelido por el deseo de distraerme sin esfuerzo propio, posición siempre agradable a los que no servimos para nada. Era un barco infame, lleno de carga incómoda y pestilente. A pesar de que era bastante grande, en dos días no había encontrado con quién alternar; parecía que yo era el único pasajero a bordo. Decidí abandonarlo en la próxima isla que tocara, que iba a ser la de Cos, a la mañana siguiente. En cuanto pude tomar esa decisión me sentí de buen humor y me dediqué a saborear una jarra de vino de Marsala, que me había proporcionado Critias, el patrón de la nave. Al caer la tarde ya se encontraba todo dentro de mi estómago y zumbando en mi cabeza. Hasta el extremo de la cubierta donde me encontraba de cara hacia el mar, acariciado por la brisa, llegó un esclavo a decirme que su amo deseaba invitarme a cenar. Me pareció apropiado responder: “no me moveré de aquí mientras no me informes quién es tu amo, qué edad tiene, a qué se dedica y qué propósito persigue al invitarme a su mesa”. Sin inmutarse, contestó: “mi amo es Epicleo de Rodas, y tiene la edad suficiente para saber que cualquier profesión es igual a otra y que nada hay más triste que cenar solo”. Lo miré con atención. Blanco y rubio, su edad no podía ser mayor de 30 años y su porte era el de un individuo bien formado que no ejercita sus músculos. El rostro era bello desde cualquier punto de vista, y desde el mío era, además, sensual.

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2004-04-28   |   2,949 visitas   |   2 valoraciones

Vol. 6 Núm.22. Enero-Marzo 2004 Pags. 62-66. Med Univer 2004; 6(22)