¿Qué es el temperamento? El retorno de un concepto ancestral

Autores: Albores Gallo Lilia, Márquez Caraveo María Elena, Estañol Vidal Bruno

Resumen

Historia El concepto de que todo individuo manifiesta un estilo peculiar de funcionamiento conductual, básicamente de naturaleza emocional y ligado a su personalidad, fue enunciado desde la edad antigua, en la medicina griega, y sigue aún vigente en nuestros días. Hipócrates en el siglo V a.C. describió cuatro tipos o categorías de individuos: el sanguíneo o alegre, el melancólico o de bilis negra, el colérico asociado con un aumento de bilis amarilla y el flemático —al que se le atribuye un exceso de flema—, propio de los individuos de tipo pasivo o calmado. Este concepto de los humores subyace en las teorías más recientes sobre la relación entre el temperamento y los neurotransmisores (Bond, 2001) y entre éstos y los receptores específicos, genéticamente determinados, asociados con ciertos rasgos temperamentales (Cloninger, 1987; Auerbach, 2001). De ahi que tanto la naturaleza biológico-genética, y “humoral”, como la idea de que las emociones constituyen un rasgo distintivo del temperamento sean temas aún vigentes en las teorías contemporáneas. Visión categórica En 1968, A. Thomas, S. Chess y H. Birch revolucionaron los enfoques sobre el temperamento en la infancia, al hacer notar la cualidad conductual innata de los niños y la influencia que ésta ejerce en el medio. Las teorías entonces predominantes consideraban al niño como receptor pasivo de influencias externas bajo modelos causales de tipo unilineal y unidireccional. Estos autores establecieron nueve categorías conductuales presentes desde el nacimiento: el nivel de actividad; la regularidad o ritmicidad de las funciones, principalmente las de la alimentación, el sueño y la eliminación; la aproximación o retirada a nuevos estímulos como alimentos, juguetes o personas; la adaptabilidad a situaciones nuevas; el umbral de respuesta a los estímulos; la intensidad de la reacción; la cualidad del humor; y la distractibilidad frente a los estímulos indeseables así como la persistencia y la capacidad de atención. Asimismo, señalaron la existencia de tres tipos temperamentales mixtos resultantes de la combinación de las categorías antes mencionadas: temperamento fácil (40% de su muestra), difícil (10%) y lento para adaptarse (15%); el porcentaje restante lo constituye la mezcla de estos tres tipos básicos. Estos autores desarrollaron también el concepto de “goodnes or poornes to fit” término que hace referencia al grado en qué su tipo temperamental, puede un niño adaptarse o no, al ambiente. Visión de rasgos Goldsmith (1987) y Plomin (1993) consideran que los rasgos de emotividad del niño, la actividad y la sociabilidad son dimensiones fundamentales del temperamento. Rothbart (1988, 1989) destacó la autorregulación y la reactividad del niño como un elemento nuclear del temperamento, entendiéndose la primera como el conjunto de procesos que modulan (facilitan o inhiben) la reactividad y que incluyen la atención, el acercamiento o la retirada, el ataque o la inhibición y, asimismo, la capacidad para autocalmarse. Esta autora también diseñó un cuestionario de conducta del niño para la valoración del temperamento. Visión de perfiles Kagan y cols (1987) son postuladores del concepto de timidez o inhibición conductual como perfil de conducta infantil, moderadamente estable y presente en 20% de los niños de su muestra. Este perfil contrasta con el de los niños desinhibidos que se aproximan a circunstancias y personas sin miedo ni duda, y que constituyen 40% de dicha muestra. Estos autores han estudiado además, la relación entre dichos perfiles y sus diferencias en las respuestas de tipo neurobiológico. Así, la timidez se asocia con una frecuencia cardiaca estable, con altos niveles de hormonas relacionadas con el stress —como el cortisol y la norepinefrina— y con modificaciones en la presión arterial en respuesta a los estresores y a mayores cambios en los parámetros de la voz cuando se habla en condiciones de stress cognoscitivo leve. Asimismo, se han estudiado las respuestas diferenciales en función del tipo de vínculo específico, y se ha encontrado, por ejemplo, una asociación entre la elevación del cortisol, la timidez y el vínculo inseguro, pero no así en presencia de un vínculo seguro (Nachmias, 1996). Genética, temperamento y neurotransmisores Los estudios de tipo longitudinal realizados en gemelos monozigóticos (Robinson y cols., 1992) han permitido identificar la heredabilidad del temperamento de inhibición conductual bajo modelos de contribución genética no lineal, y sugieren que hay activación y desactivación en las diferentes etapas del desarrollo (Cherny, 1994; Plomin, 1993). Por otro lado, el dato concerniente a la existencia de una asociación entre el rasgo del temperamento denominado búsqueda de lo novedoso (novelty seeking), y un gen para el receptor de la dopamina (DrD4), publicado en 1996 en Nature Genetics (Cloninger y cols, 1996), marcó un hito en la investigación del temperamento. La teoría postula que los individuos con el gen alelo (DrD4) presentan deficiencia de dopamina y buscan experiencias novedosas para incrementar la liberación de dicha sustancia. Hacia la convergencia de modelos y teorías El reconocimiento de que los rasgos mayores de la personalidad representan dimensiones psicobiológicas del temperamento (Eysenck, 1992, 1997; Tellegen, 1985; Watson y Clark, 1993) sin duda, permitirá la convergencia de modelos y teorías, que básicamente admitirían que: 1. El componente genético de la mayor parte de los rasgos de personalidad, es decir, subyacente a las descripciones fenotípicas, ofrece una explicación genética de la conducta. 2. Las dimensiones mayores de la personalidad estudiadas en adultos (neuroticismo y extraversión) están asociadas con la experiencia afectiva y apoyan las bases neurobiológicas del afecto y de la emoción, como base del temperamento. 3. Después de décadas de estudio los investigadores concuerdan en que existe una taxonomía fenotípica de los rasgos de la personalidad. 4. La investigación de la personalidad en adultos ha llevado a los psiquiatras a evaluar cada vez más a la población pediátrica, y a aplicar los modelos longitudinales en niños, lo que permitirá a los investigadores desarrollar una teoría del temperamento y de la personalidad a lo largo del desarrollo del individuo. Los modelos más recientes del estudio del temperamento como el del “Big Three”, son estudios que parten de las teorías de Eynseck. A su vez, Tellegen, Watson y Clark han desarrollado sus propios modelos del Big Three y Cloninger (1987), a partir de un modelo psicobiológico de tres dimensiones genéticamente independientes (búsqueda de lo novedoso, evitación del daño y dependencia a la recompensa) ha agregado a estas, recientemente, una cuarta dimensión (la persistencia). Psicopatología y temperamento Quizá el reto mayor respecto a la utilidad del estudio del temperamento sea el de establecer cuál es la contribución que hacia las respuestas adaptativas o maladaptativas tienen los diferentes perfiles. Hay controversia respecto a si algunas conductas representan rasgos temperamentales que constituyen factores de riesgo o si se trata de características propias del trastorno (Graham y Stevenson, 1987). Dado que la tendencia creciente es la de considerar la psicopatología bajo la perspectiva tanto de factores de riesgo como de protección, se señalan las siguientes asociaciones: Temperamento difícil y trastornos de conducta (Thomas y cols, 1968), inhibición conductual y trastornos de ansiedad (Biederman, 1993), Factor de extraversión y problemas de alcoholismo (Wennberg, 2002), desinhibición conductual y trastornos de conducta externalizados y déficit de atención (Hirshfeld-Becker y cols, 2002) y búsqueda de lo novedoso y abuso de sustancias (Rose, 1995). Respecto a la protección, Werner y Garmezy (1989) han señalado el valor de la actividad y de la sociabilidad en los niños resilientes.

Palabras clave: Temperamento historia carácter personalidad genética adquirido neurotransmisores receptores.

2004-06-15   |   5,262 visitas   |   3 valoraciones

Vol. 26 Núm.3. Mayo-Junio 2003 Pags. 16-26. Salud Ment 2003; 26(3)