Autor: Lifshitz Guinzberg Alberto
Por mucho tiempo se pensó que el aprendizaje era un asunto exclusivo de los individuos en crecimiento y desarrollo. La sentencia “chango viejo no aprende maroma nueva” parecía resumir las limitaciones educativas relacionadas con la edad, y considerar definitivamente malogrado a quien hubiera desaprovechado su etapa infantil y de adolescente para hacerse de un acervo educativo que le ayudara a enfrentar la vida. Ahora se ha visto que el aprendizaje no tiene edad –mientras no exista un deterioroneurológico– aunque ciertamente existen diferencias en las formas de lograrlo más eficientemente a distintas edades. Más aún, hoy en día se acepta que la edad adulta es un periodo de rápido crecimiento cognoscitivo y no uno de estabilidad o declinación como se pensaba, y se ha visto que el adulto tiene la potencialidad de desarrollar vías de pensamiento más avanzadas con mayor capacidad dialéctica. Lo que no parece razonable hoy en día es utilizar en los adultos ciertos procedimientos de la enseñanza infantil,1 sobre todo aquellos que incluso en los niños se van abandonando, por ejemplo, determinadas sanciones y recompensas elementales sustentadas en el conductismo. No es posible imaginar a un adulto (y ahora ni siquiera a un niño) castigado en el rincón, volteado hacia la pared y con orejas de burro, o escribiendo cien veces “no volveré a sacarle la lengua a mi profesor”. En contrapartida, los sistemas abiertos y a distancia forman parte de la educación de adultos, pues requieren alumnos maduros y por ello han fracasado en ciertos ámbitos. Por todo esto y otras razones, se ha tratado de individualizar la educación del adulto y distinguirla de la del niño. Este escrito pretende analizar las características del aprendizaje de los adultos y contrastarlas con lo que ocurre en niños y adolescentes.
2004-10-01 | 6,764 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 20 Núm.3. Mayo-Junio 2004 Pags. 153-156 Med Int Mex 2004; 20(3)