La muerte de Xepitac

Autor: Gómez Leal Alvaro

Fragmento

Fueron tiempos difíciles para todos, menos para los guerreros. Cuando una sequía dura tanto como ésa, todos sufrimos. No es fácil encontrar qué comer, los materiales de construcción son escasos y de mala calidad, hay pocos viajeros en los caminos y las fiestas no son como deberían ser. Yo, Tezoc, sufrí tanto como cualquiera, aunque para mí no faltaba trabajo. Al contrario, cada vez había más enfermos que atender, pero también era difícil ayudarlos. Creo que mi maestro, el gran Xepitac, también sufría, aunque su orgullo le impedía mostrar su angustia. Era sabido que hacía mucho tiempo nuestras curaciones no llegaban tan lejos; y es que no se puede curar de prisa, no se puede atender bien a los enfermos si uno no permanece durante largo tiempo en un solo lugar. Antes nuestro peregrinar era lento y después se hizo tan rápido como el de un correo. Sin embargo, nuestra llegada a los pueblos del valle despertaba menos interés que la de los portadores de noticias. Pudimos haber permanecido allí, pudimos haber despertado entre la gente la confianza que da el saber que el curandero forma parte de la comunidad, pero esto no era posible. La decisión del gran Xepitac, mi querido maestro, no podía cambiarse. Años atrás, él me habló así: “Yo, Xepitac, curandero maestro del Anáhuac, he llegado a la última etapa de mi vida terrenal. Como mi padre y el padre de mi padre lo hicieron a su debido tiempo, debo dedicar el resto de mis días a buscar la tierra sagrada de Toloatzin, la que amasada con agua caída del cielo produce el fango que tiene el perfume de la rosa. Quetzalcóatl dijo: dichoso aquél que le sea permitido encontrar a Toloatzin, pues él tendrá la facultad de curar los males del alma. Y tú Tezoc, vendrás conmigo.”

Palabras clave:

2004-10-19   |   1,297 visitas   |   Evalua este artículo 0 valoraciones

Vol. 6 Núm.24. Julio-Septiembre 2004 Pags. 228-230 Med Univer 2004; 6(24)