Autor: Quijano Narezo Manuel
Estamos ya en plena primavera, con el cielo despejado, vientos benignos, temperatura suave y el recuerdo todavía reciente de la Semana Santa en Cuernavaca sumergidos en la piscina defendiéndonos de las pistolas de agua que los bisnietos se empeñaban a dirigir contra nosotros. Y no puedo menos de recordar que por muchos años de mi vida me resistía a suspender las tareas diarias y, cuando lo hacía —inclusive para asistir a un Congreso—, a los pocos días me urgía ya regresar. No obstante, al mismo tiempo y como todo el mundo, desde niño, consideraba que existen dos clases de vida, la del trabajo, palabra que originariamente significó tormento (tripalium), la de ocupaciones forzosas, penosas y la del descanso, sin imposiciones ajenas, de molicie y felicidad. El llamado interior que me inclinaba a posponer las vacaciones o a volver antes de tiempo, deseo por otra parte transitorio, se debía a ese recóndito secreto que existe en el ser y se llama vocación . De hecho existe en todos los humanos una necesidad periódica de cambio, de apartarse provisionalmente, de evadirnos de nuestro entorno estricto; de divertirse, pero es erróneo que eso se logre sólo mediante situaciones cómodas, pasivas y exentas de penalidades. Imaginemos un señor entrado en carnes, en la cincuentena, alto ejecutivo de finanzas que en las mañanas es llevado por su chofer casi hasta la puerta de su oficina ; ahí está todo el día ocupadísimo y con problemas serios hasta que en la noche el chofer lo lleva a su casa. Pues bien, planea con meses de antelación sus vacaciones con 4 ó 5 amigos de la misma afición. Toman un avión hasta el seco y montañoso noreste, después se trasladan por automóvil en caminos de terracería por dos o tres horas y ahí los esperan caballos que después de otras tres horas los depositan en el campamento. A la mañana siguiente cada quien con su guía y cargando un rifle caminan kilómetros, comen sentados en una dura piedra, alimentos fríos y secos, siguen en búsqueda de la presa hasta reencontrarse en la noche con los otros, contarse sus aventuras muy adornadas e ingerir comida modesta, aligerándola con whisky. Esto se repite por tres días y vuelven a su casa sin haber cobrado una pieza, tal vez cansados y asoleados, pero felices. Pues aseguran que esa es la verdadera vacación y no una estancia en Acapulco, pegado al teléfono y arreglando con la secretaria los mismos diarios asuntos.
2005-07-05 | 1,076 visitas | 1 valoraciones
Vol. 48 Núm.4. Julio-Agosto 2005 Pags. 129-130 Rev Fac Med UNAM 2005; 48(4)