Editorial

Autor: Kassian Rank Alicia

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Las personas afectadas por la muerte de un ser querido presentan algunos síntomas característicos y viven una serie de etapas hasta lograr asumir la pérdida. A veces surgen dificultades que frenan el proceso y lo hacen aún más difícil, pero esta sensación sobredimensionada de luto puede superarse con un planteamiento y apoyo adecuados. Nuestra cultura actual complica la elaboración del duelo, pero somos seres inteligentes dotados de un gran instinto de supervivencia y por ello sabemos reaccionar ante las adversidades y sobreponernos a ellas. La tragedia ha ocurrido, pero la vida continúa y las exigencias de la cotidianidad requieren de toda nuestra atención, entusiasmo y lucidez. Una correcta elaboración del duelo permitirá al afectado reintegrarse a su vida normal con la energía necesaria. Los síntomas del duelo son parecidos a los de las depresiones mayores: tristeza, trastornos del sueño, alteraciones del apetito y la libido, pérdida de peso. También disminuye el interés por el mundo exterior, sobre todo en lo que respecta a la persona fallecida. Sobreviene el desinterés por el trabajo y por encontrar nuevas relaciones. Además, existen manifestaciones de angustia, sentimientos de culpa, apatía, falta de esperanza e incluso -en casos graves-pensamientos de suicidio. Quienes viven un duelo presentan síntomas físicos como cefaleas, úlceras, problemas respiratorios, palpitaciones, sudoración y disminución de las defensas del organismo. La incredulidad es la primera reacción ante la noticia de la pérdida y se acompaña de aturdimiento (esto no me está pasando a mí). Nos alejamos de la realidad en un intento por paliar el dramático acontecimiento, llega la agresividad, la ira. El doliente se vuelve irascible, con reacciones de descontento y resulta difícil tratar con él. Adopta actitudes críticas frente a quienes lo rodean y se pregunta por qué le ha tenido que tocar esa desgracia. Posteriormente, aparece la depresión, la apatía y el silencio; va haciéndose a la idea de que la pérdida es irreversible y va dejando de aferrarse a la imagen del ausente. Es una triste y silenciosa resignación. Finalmente, llega la aceptación y la paz. Se asume serenamente la ausencia. La persona comienza a centrarse y vuelve a sus actividades cotidianas. Dra. Alicia Kassian Rank Directora del Centro Nacional de Capacitación en Terapia del Dolor

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2006-02-28   |   902 visitas   |   Evalua este artículo 0 valoraciones

Vol. 4 Núm.5. Marzo 2006 Pags. Dol Clin Ter 2006; IV(5)