Autor: Quijano Narezo Manuel
El síntoma inicial del síndrome de Alzheimer, de la arteriosclerosis cerebral o los pródromos de la demencia senil, es la pérdida de la memoria o su disminución clara y notable. Pero cuando uno se queja con el prójimo le responden que todos, desde el final de la edad madura o desde el momento en que se deja de ser joven para convertirse en una persona adulta, bien adulta, nota la declinación de la capacidad mnésica, sobre todo para los nombres propios. Es algo tan común escuchar la queja de que ya no se puede presumir de una magnífica memoria que antes se poseía, de las lagunas en la conversación diaria, el olvido de argumentos, en discusiones triviales, de sucedidos anteriores en que el contrincante fue responsable, o los fragmentos de charla en que un señor pregunta y este muchacho quién es y se le responde: “Pero, Papá, es tu nieto fulano, el tercero, que quiere ser médico, como tú”, y de ahí siguen las conversaciones de que no se recuerda lo que se hizo ayer, que se olvidan las citas o se ignora si ya se ingirió el medicamento que estaba sobre la mesa. Experiencia personal, claro. La memoria es la capacidad de almacenar y recordar información sobre objetos, sucedidos, experiencias e impresiones. Existe otra clase de memoria, filogenéticamente más antigua, que depende de estímulos y respuestas, hábitos que se integran a la conducta desde niño por efecto de la repetición. Es decir, hay la memoria del conocimiento de algo y la memoria de cómo hacer algo. Es parte crucial del aprendizaje, pues sin ella no podríamos beneficiarnos de la experiencia pasada: nos permite extraer sabiduría de esa experiencia.
2006-10-25 | 326 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 49 Núm.5. Septiembre-Octubre 2006 Pags. 183-184 Rev Fac Med UNAM 2006; 49(5)