I. He de comenzar reconociendo que la primera vez que oí la palabra «neuroética» fue hace poco menos de un año, durante un congreso sobre «educación en salud global». Supuse entonces que era yo la única persona entre la concurrencia atrasada de noticias. Falso. Lo cierto es que el impulso que ha tomado esta disciplina, ubicada en la intersección entre la ética biomédica, la investigación del cerebro y la clínica neuro-psiquiátrica, es relativamente nueva. Formalmente, despegó en mayo de 2002 en un congreso en San Francisco, California, titulado «Neuroética: mapeando el territorio». Según Neil Levy, editor de la primera revista dedicada exclusivamente a este campo, la neuroética puede definirse como una reflexión ética sobre el uso de las diversas tecnologías y técnicas provenientes de la neurociencia, y de otras ciencias de la mente. Algunos de sus horizontes son similares a los de la bioética al plantear interrogantes acerca de las posibles aplicaciones del conocimiento neurocientífico. Por ejemplo: ¿El uso de psicofármacos podría en algún momento amenazar la noción que tenemos de lo que significa ser humanos? ¿Es correcto que se dicten sentencias penales con base a la interpretación de imágenes cerebrales o estudios electroencefalográficos? ¿Debería considerarse responsable de conducta criminal a una persona con alteraciones psiquiátricas graves?
2009-12-01 | 720 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 32 Núm.5. Octubre-Noviembre 2009 Pags. 435-437 Salud Ment 2009; 32(5)