Autor: Carballo Junco José Antonio
Sin duda el tiempo es el gran estratega en el futbol, el más popular de los deportes. Porque si un partido dura 90 minutos, una jugada suele ocupar unos cuantos segundos y son cinco o seis las que habitualmente definen el marcador. Salvo en las grandes casualidades —que también son estratégicas—, quien gana el juego es quien controla los amagues y maneja con propiedad los 89 minutos restantes en los que el balón es un peligro conjetural. Y dentro de estas cronometrías futboleras, los partidos también se suelen alargar, más allá de su tiempo reglamentario, para ser jugados en las sobremesas en donde los goles conversados tardan más en caer, pues nada activa tanto el vocabulario como la caída de un dios del balón en el límite del área, a quince metros de un árbitro miope que tiene un segundo para decidirse ante cincuenta mil gargantas que le piden un penal y otro tanto que lo protestan. Sabido es que todo juego entraña una suspensión del flujo habitual de la vida, y que bajo los luminosos reflectores, las canchas obedecen a reglas y propósitos rituales. Sin embargo, en el caprichoso universo de los deportes, el futbol afortunadamente no es así, pues se distingue por un rasgo de inquietante naturalidad: no dispone de recursos legales para detener el tiempo. Un partido es más angustioso y dramático que otro juego cualquiera, porque en él, el tiempo corre paralelo al tiempo de la existencia humana.
2010-07-15 | 898 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 6 Núm.71. Junio 2010 Pags. 24 Odont Moder 2010; 6(71)