Autor: Carballo Junco José Antonio
En el siglo XX se tuvo la impresión de que el lenguaje habitaba –si se me permite la expresión– en dos regiones del cerebro humano: el área de Broca y el área de Wernicke. Esta última, la encargada de convertir las ideas en palabras, se comunica con el área de Broca, que a su vez está encargada de planificar toda la secuencia de movimientos de los músculos que hay que generar para decir algo tan sencillo como “diente”. Estas dos áreas producen abultamientos en la topografía de la superficie de la corteza cerebral, y esto es una característica casi exclusiva de los humanos, por lo que, dada esta peculiaridad anatómica, basta con analizar los moldes endocraneales de los especímenes fósiles de homínidos del pasado, impresiones en las paredes internas del cerebro, que permiten estudiar los registros de ambas áreas. Se vio así que restos con casi dos millones años de antigüedad ya tenían un área de Broca incipientemente desarrollada, y es mucho más notable este desarrollo en humanos de cerca de 1.800.000 años: en la cual esta área ya mostraba características como la nuestra. El reto para los paleontólogos empezó cuando se descubrió que esta zona participa también de otras funciones, en la realización de los movimientos de precisión de la mano derecha, hallazgo que ha sido corroborado por la neurobiología moderna. Por tanto, si el área de Broca no está comprometida exclusivamente con la función del lenguaje, en el caso de aquellos fósiles ya no se sabe si hablaban o más bien si utilizaban con gran destreza las manos. Y si no podemos acceder al lenguaje de manera directa, estudiando la superficie cerebral, ¿qué otra vía de acceso han encontrado los paleontólogos para acceder a este problema?
2010-07-20 | 940 visitas | Evalua este artículo 0 valoraciones
Vol. 6 Núm.72. Julio 2010 Pags. 24-25 Odont Moder 2010; 6(72)